16 julio, 2008

Gestas melancólicas



El diario El Correo ha publicado recientemente dos artículos respecto a la polémica sobre el Manifiesto por la Lengua Común que están vagamente emparentados por lo que parece ser una actitud idealista de los autores de ambos. El primero fue publicado el domingo, 13 de julio por José Luis Zubizarreta, bajo el título Lo propio y lo común.

Escribe, naturalmente, de las lenguas. En una interpretación desprejuiciada, es un título razonable para una reivindicación bilingüe. Un euskaldun (o sea un ciudadano bilingüe) habla de sus dos lenguas, la materna y la aprendida, el istmo que le permite comunicarse con el continente. No es el caso. Según explica el autor:
Mi lengua es el castellano. En ella aprendí a expresarme, a través de ella me formé y en torno a ella he establecido mis principales relaciones de convivencia. Pero, dicho esto, no puedo dejar de añadir que, respecto de aquella otra que llaman 'propia' de mi país, mantengo dos sentimientos tan arraigados que nunca he podido -ni querido, me temo- erradicar. El primero es de añoranza. El segundo, de culpa nunca del todo expiada. Trataré de explicarme.
No entremos en el cenagoso territorio de la culpa, que éste es un blog laico y no está el tiempo para adentrarnos en pantanos religiosos. Pero sí es interesante la añoranza que manifiesta el autor por una lengua que nunca habló.

¿Se puede sentir añoranza de lo que nunca se tuvo? Iñaki Viar y Jon Juaristi escribieron hace casi 20 años un artículo en el diario El País, bajo el título El nacionalismo vasco, entre el duelo y la melancolía, idea que Juaristi desarrolló posteriormente con fortuna en El bucle melancólico. A partir de los conceptos freudianos en torno al sentimiento por la pérdida del objeto amado, los autores planteaban exactamente esta cuestión: duelo y melancolía por la pérdida de algo que no se ha tenido nunca.

Ayer, martes, Ramón Zallo, catedrático de la UPV y asesor del lehendakari Ibarretxe, insistía en parecidos mantras con un artículo cuyo título es una impresionante declaración de principios sobre el tema:
¿Podemos desconocer la lengua que nos es propia? Sí, en la medida que sólo somos capaces de expresarnos con fluidez y solvencia en la lengua que consideramos 'extraña'. El jefe del autor, sin ir más lejos, se pasó los primeros 41 años de su vida expresándose en una lengua extraña, el castellano. Fue en 1998, cuando su partido lo designó como candidato a lehendakari, cuando empezó a aprender su lengua propia, que es, naturalmente, el euskera.